La octogenaria ganadora del premio Nobel de
literatura en el 2013 es reseñada en la contraportada como “maestra mundial del
relato contemporáneo. Sus cuentos destilan la melancolía americana de Carson
McCullers, Eudora Welty y Raymond Carver, y además ostentan una profundidad
absolutamente chejoviana.”
Entiendo que las reseñas tengan que halagar
superlativamente, pero la última frase ya me parecía mucho; pero como está por
aquí el libro, parte de una pequeña herencia accidental que deja mi anterior
compañero de apartamento (si pasó a mejor vida, se casó) pues me dispuse a leer
“Las lunas de Júpiter”.
Los relatos cortos son protagonizados por
mujeres, que narran en primera persona en la mayoría de las ocasiones, con un
ritmo constante y ameno, lo que no quiere decir lineal.
¡Vaya! Sí entretienen
los cuentos; todos ambientados en Canadá, en lugares que por sus descripciones
yo (ajá, pues desde mi estrecha visión) llamaría pueblos, sin que eso quiera
decir que son más o menos, sino que eso es lo que son.
Lo que no me gustó fueron sus narradoras. Un conjunto
de puritanas, cuando menos, y solapadas cuando más. Algunas sumisas y temerosas
del otro, de los otros y de las otras, de una manera tan impresionante, tan
grande que para mí eso de “relato contemporáneo” puede ser que se refiere a
arte contemporáneo, ese de principios del siglo XX cuando nació la escritora.
Lo recomiendo para quienes gustan de la lectura de actualidad, de lo que se está comentando. Los que preferimos que la literatura también nos divierta, más que nos conmueva, tal vez no es lo indicado.
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